martes, 3 de noviembre de 2009

Soneto IX

El alba destiñe, cautivo, lágrimas
Que nublan, bañan, ojos inocentes.
Culpables son quienes se creen creyentes
Clamando, becerros, tu pena máxima.

Ves la soga y el gancho, muerte próxima,
Que aplacarán los gritos de las gentes.
Sabes, preso, que aunque a miles te enfrentes,
Tu razón irá al mundo de las ánimas.

¿Cuál fue el pecado? ¿Por qué no ser fuerte?
¿Por qué un inocente morir temprano?
¿Quién tus matarifes? ¿Cuál fue tu suerte?

Poeta, que creaste belleza, tu mano
Cantó a quien no debería; aun la muerte
No mató la öbra, sólo al humano.



Soneto de doble significado. Por un lado más obvio, durante toda la historia, cuando se ha impuesto un régimen despótico, las primeras acciones del mismo han sido aniquilar a los literatos e intelectuales de las facciones opuestas; se ha visto mil veces en la historia, por desgracia, cómo a un poeta, por haber escrito sus ideales, no bien recibidos por el régimen despótico, se le ajusticiaba para hacerle callar.
El segundo significado, como eterno guiño a las poesías anacreónticas, trata de aquel poeta que escribe a una musa pero que, con el devenir del tiempo, se deje de sentir aquello que le movió a hacerlo.
En ambos casos el resultado es el mismo: puede morir físicamente el escritor o puede morir el sentimiento que impulsó un poema, pero sus obras, su poesía, siempre existirá. Cosa que resume muy bien Bécquer en una de sus rimas:
Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía.