jueves, 22 de marzo de 2012

Soneto XIII

Maldigo el sudor que danza en tu cuello,
ruin surcador de tu cuerpo desnudo,
belleza pura a que en sueños acudo,
sutil corona de cuerpo tan bello.

Maldigo las hebras de tu cabello,
enzarzada hiedra en tu piel y escudo
frente a mis dedos, que hacen de mí mudo
testigo de tu huida en un destello.

Maldigo mi suerte, aurora insolente,
verdugo final de mi alma, la luna,
ángel armada con fuego candente.

Rocío el sudor la noche inclemente,
cabello tu voz, que suave me acuna;
y muerto ando yo, vacío y silente.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Soneto XII

Va por ti.

No hay poesía más bella que tus ojos,
ardiente luz de sempiterna lumbre,
poderosa razón de mansedumbre
que ata, en el suelo, fitos mis hinojos.

No hay poesía, dueña de mis congojos,
que raspe de mi corazón la herrumbre
y dé mi alma muerta a la muchedumbre
convertida en la mies de los rastrojos.

No hay poesía más bella que tu cuerpo,
templo inmortal de infinitas virtudes,
semilla, sal y fruto de mi huerto.

Rebana de cuajo mis solitudes,
el poeta abandonado quede muerto
para darte todas mis gratitudes.

lunes, 5 de marzo de 2012

Pasión castiza

Sentido homenaje a don Federico y los Camborios.

Rosa, la de los Camborios,

gime sentada en su puerta,

con sus dos pechos cortados

puestos en una bandeja.

Romance de la Guardia Civil,

Federico García Lorca


Una bella flor es Rosa,

más que su hermana Clavel,

que aún so la influencia de Virgo,

siempre la sigue envidiosa

por su caminar altivo,

su mirada poderosa

y su risa de papel.


En sus manos, abanico,

un pañuelo de satén

rojo cuando mana sangre,

desde su manga, al hocico.

Recta espalda, largo cuello,

blanca cara, busto rico,

usa hiedras de sostén.


Y por mucho que le duela

no es señora, ni condesa.

Es gitana. Sí. Gitana.

Y bruja, como su abuela;

no buena, como su mare;

es malvada, es sanguijuela.

Y hermosa. Sí. Una princesa.


Rosita tiene un gitano,

es su amigo y su querer,

le canta saëtas tristes

agarrándole la mano.

Él, ardiente de deseo,

la arrastra hasta un avellano

haciéndola su mujer.


Sueña que es un olivero

siempre que hacen el amor,

comiendo su amargo fruto

por las matas de romero.

Siente dicha la avellana

por su gozo aceitunero

sin remilgos de dolor.


No tiene para comer,

solo tiene su belleza

y, a escondidas de su hermana,

de noche se deja ver

en oscuros lupanares.

Dándoles a otros placer

se alimenta su pobreza.


Zacarías, el pastor,

tiempo ha que la corteja,

y a su amigo Aceitunero

quiere robarle la flor.

Ha bebido un par de vinos,

reúne todo su valor

y le susurra a la oreja:


“Primo, sabes que en tu nombre

he alzado rojos tizones

y te quiero como hermano.

Ahora arde una pesadumbre

color de Rosa en mi pecho.

Moriría por ser su hombre,

oye a nuestros corazones”.


Aceitunero, iracundo,

lo maldice y le golpea

escupiéndole en la cara

cual si fuese un vagabundo.

“Tú ya no eres más mi primo.

Te mataré, ser inmundo,

la próxima que te vea”.


El buen gitano ofendido

deja muerto al despechado,

que, llorando, se retira

desconsolado y vahído.

Hasta que un día una moza,

piensa él que se ha perdido,

busca ansiosa a este enlutado:


“Soy hermana de la Rosa.

Mi nombre, amigo, es Clavel,

y de ella podría contarte

una cosa deshonrosa

con que será repudiada

y para ti, esplendorosa,

que yo me quedo con él.


Aunque mi hermana lo esconde,

sé dónde va cada día

cuando el sol cae y en las calles

ya no hay labriegos ni condes.

Ella es una meretriz

y te puedo decir dónde

está la su mancebía”.


El pastor la sigue y ve

a Rosita cortesana,

con los dos pechos bien prietos,

amagado con Clavel.

Mira alegre a la traidora:

“Ahora veo esto y sé

lo que pasará mañana”.


Aceitunero entre olivos

tiene su casa y su lecho.

Zacarías, afanoso,

le encuentra entre los nativos.

“Ven conmigo, primo, y ve

a Rosita con los vivos

dando, por dinero, techo”.


Los dos gatos escondidos

enfrente a la mancebía

vieron entrar a Rosita

a un hombre, en brazos, cogido.

Zacarías le sonríe

con los ojos encogidos:

“Primo, ya te lo decía”.


Aceitunero dispara

cuatro balas de pistola,

le responden perdigones

que le pegan en la cara.

El cliente sale huyendo,

ella, asustada, repara

que han matado a su amapola.


Su familia se ha enterado:

prostituta y repudiada.

Abandonada a su suerte,

la cabeza le han rapado.

No hay tiempo para los llantos,

la venganza la ha llamado,

retorcida y estudiada.


“En pago por mis pecados,

de éste y otros malos hechos,

para no ensuciar mi nombre

ni el de mis antepasados,

Dios, en tus manos mi muerte

llegará cuando, alarmados,

sangre mane de mis pechos”.


Culebrilla, ojos de sapo,

huevos de arpía, al caldero

y ahora mezcla, con su sangre,

las tripas de un gusarapo.

Unta ahora su mejunje en

un, hecho de lana, trapo.

el pastor caerá primero.


Llega la Guardia Civil,

acusa al pastor de robo,

quien, cautivo y asustado,

solo piensa en huir.

Es al grito de “Abran fuego”

cuando su cuerpo servil

abona a los algarrobos.


Unta ahora, Rosa, el clavel:

“Tú, bastarda hermana mía,

traicionera y envidiosa,

acabarás como él.

Muerte lenta y dolorosa

por descubrir el burdel

donde no hallaba alegría”.


Y Clavel de mis amores,

que paseaba por el campo,

oyó ruidos asesinos

llegando de alrededores.

Cien perros, ni más, ni menos,

le arrancaron con dolores

las carnes sin oír su llanto.


Bruja, puta, abandonada,

huérfana de desposorios,

viaja lejos de su casa

contando a las alboradas

su historia. La historia triste

de quién después fue llamada

“Rosa, la de los Camborios”.