lunes, 22 de agosto de 2011

Soberbia IV

-IV-

El aburrimiento del monasterio era solo comparable con el que sentía en aquel hospicio. Menos mal que Beatriz traía consigo escondidas unas cuantas muñecas. Su padre le había prohibido que siguiese jugando con aquellas personitas de trapo pintarrajeadas, tenía que empezar a mostrarse como la mujer que era después de que hubiese empezado a sangrar ahí abajo.

Mientras jugaba, la niña emitió una pequeña risita. Cada vez que pensaba en cómo se llamaba “aquello” le venían ganas de reír. Por suerte para ella, estaba siempre acompañada de sus doncellas: Marta y Julia, dos mujeres entradas en años cuyos cuerpos empezaban a mutar según los cánones de la menopausia, y su favorita, Elvira, apenas unos años mayor que ella, pero ya casada con un rico comerciante de caballos.

¡Casamiento! Ella tendría que casarse en breves. Había aprendido a bordar, a criar niños pequeños probando con hijas de sirvientas, incluso una de ellas le había pasado un libro sobre una mujer que le daba flores cerradas a un caballero y con el calor de su mano éste las abría. No llegó a entender de qué trataba.

Sus muñecas también se casaban, igual como tendría que hacer ella. Sin embargo, lo hacían en secreto. Sus padres le habían prohibido que tuviese muñecas con forma de hombre para que así no jugase con su pene. ¡Pene! Beatriz volvió a reír. De este modo, la niña tenía que hacer que dos muñecas mujer se casasen entre sí, cosa que no sabía si se podía hacer, pero era eso o nada.

Su padre y los amigotes se habían quedado en la hospedería del monasterio para recibir a un tal Lope de nosedónde, pero ella, como era una mujer, no podía estar allí por mantener el decoro del monasterio. Menuda tontería. Aunque ¿para qué? No quería ir al monasterio, seguro que su padre iba a exhibirle ante ese Lope como los granjeros muestran a sus cerdos en el mercado.

- Doña Beatriz- su doncella Elvira se acercaba hacia ella con parsimonia, sabía que no había que interrumpir bruscamente a la señora-, ya es la hora. Vuestro padre os reclama.

Beatriz ya había sido vestido, solo tenía que levantarse del suelo donde jugaba, arreglarse un poco el vestido y marchar hacia el monasterio, pero al levantarse sintió cómo su cuerpo estaba de pie, pero su mente ascendía poco a poco. Un leve mareo la hizo zozobrar; suerte fue que Elvira estuviera a su lado para darle su brazo en apoyo.

- ¡Señora! ¿Os encontráis mal?

La niña entornó los ojos mientras su cabeza volvía a funcionar correctamente.

- No es nada, Elvira. Ayer empecé a sangrar otra vez.

La doncella asintió con complicidad. Sabía que el periodo podía acarrear, amén de dolores en la barriga, malestar general y punzadas en la cabeza.

- No os retraséis, pues; mi señor Pelayo os quiere presentar a un valeroso joven, ¿qué nervios, no?

Las tres doncellas rodearon a la niña mientras caminaban por las callejuelas de Santo Domingo de Silos en una petulante excursión. Vestían, sobretodo Beatriz, bisutería traída de Toulouse, cruzando los Pirineos, que dejaban embelesados a los simples habitantes del pueblecillo.

Las puertas del monasterio se mostraron para Beatriz como los portones de las fortalezas que conquistaban los caballeros de las historias, aunque en esta ocasión, ella no penetraba victoriosa las murallas, sino que lo hacía como los cautivos. Algo en el aire se lo decía: aquella ocasión era distinta. Su padre la había mostrado ante muchos caballeros de distintas edades y lugares, pero nunca había sentido nervios. Aquella vez era todo muy al contrario; aun sin ver a su posible pretendiente algo de dentro le decía que la iba a comprar, si no, ¿a qué tanta espera? ¿Para qué pasarse tanto tiempo en aquel monasterio aburrido, sino para encontrarle a la niña un marido válido?

Un monje las guió al refectorio donde, sentados en las mesas donde comían los monjes, estaban los caballeros amigos de su padre, el abad Miguel y un chico joven que no conocía, pero seguro era al que llamaban Lope de… donde fuera.

- Oh, aquí está mi hija- dijo don Pelayo cuando vio entrar a la comitiva-. Podéis ver que no os engañaba cuando decía que su belleza era cautivadora.

Beatriz se sentó al lado de su padre, rodeada por las doncellas creando un muro inquebrantable a su alrededor. Con una serie de rápidos vistazos escrutó a Lope. Era guapo, o ella quería creer que era guapo (aún no tenía muy claros los gustos sobre los hombres, pues nunca se lo había planteado), y, por lo menos, calculó, tendría diez años más que ella. Se percató que él no le quitaba los ojos de encima, en cuyo interior ardía un brillo que no supo reconocer, pero las mentes más maduras de sus sirvientas interpretaron como deseo.

- Si no os importa, acabemos con esto. Me estoy cagando.

El barón de Santa María del Madero, tal vez por la familiaridad de encontrarse con sus compañeros, tal vez por la senilidad, se había mostrado esos días más villano y menos noble.

- Mírame, chico- dijo-, me has demostrado que quieres acceder a la Orden, eres de familia castellana vieja…

- Por Dios que sí.

El barón levantó una mano.

- No me interrumpas con blasfemias, menos aún en la casa de Dios.

Lope no dijo nada.

- Me has obsequiado regalos, también al monasterio con ese libro tuyo tan… maravilloso y tus tres hijos.

¡Tres hijos! Aquel comentario no pasó de largo a Beatriz y sus doncellas. ¿Aquel hombre tenía ya tres hijos? ¿Y su padre quería que se casara con ella para tener más? ¡Le partirían la barriga! Su… cosa era incapaz de parir niños, eran muy grandes para que saliesen por… ahí.

- Sin embargo, eso no te permite entrar en la Orden.

La cara de Lope se volvió pálida. ¿Qué demonios era aquello? Cuando le llegó el mensajero diciéndole que había unos caballeros de la Orden de Santiago en Santo Domingo de Silos que pedían su presencia, prontamente pensó que habían reconsiderado su solicitud, más cuando se enteró que la Orden no iba a desaparecer gracias a la pronta reacción del rey. ¿Que no iban a nombrarle miembro?

- No lo entiendo, mi barón.

- Tus obsequios- uno de los otros caballeros habló por él-, aunque valiosos, de poco nos sirven a nosotros. ¿Un libro y tres bebés monjes? ¿Para qué queremos eso? Y en cuanto a tu valía…

- ¡Luché en Granada!

- Huiste del desastre de Moclín, que no es lo mismo. No cuentas con victorias, joven.

- Por no hablar de que no estás casado.- dijo el otro desconocido.

Inmediatamente Lope señaló a Beatriz.

- ¡Me casaré con ella!

Todos esperaban que hiciera eso, incluso Pelayo, a quien no le hacía gracia, pero sabía que tenía que hacer su papel mientras encontraba otro candidato mejor.

- Mi hija no se obtiene solo con una señal de dedo.

- ¿Queréis oro? Tengo, y mucho. También una casa en Santa María del Madero y otra en Lerma, de mi padre, y que algún día heredaré. Soy fértil, puedo daros nietos fuertes, podéis ver a mis hijos, nunca han estado enfermos. ¿Qué más queréis?

Los caballeros se miraron entre sí, recayendo sobre Pelayo el peso de los acontecimientos.

- La Orden y sus recursos han quedado en extremo mermados tras la gran derrota de Moclín que tan bien conocéis.

Lope sentía que los jugos gástricos le subían por la garganta cada vez que le echaban en cara lo que pasó en Moclín, ¡ni que él tuviese la culpa!

- Proporcionadnos treinta caballos y combatid en alguna batalla contra los infieles en nombre de Santiago, salid victorioso y regresad.

- ¿Treinta caballos? Muchos me pedís, don Pelayo.

El caballero rió con cierto deje de burla.

- Bueno, decíais que teníais oro, ¿no? Proveeos un escudero que os acompañe y solo entonces, cuando todo esto lo hayáis cumplido, podréis casaros con mi hija.

- ¿Y entonces?

- Entonces podréis formar parte de la Orden de los Caballeros de Santiago.- concluyó uno de los desconocidos.

Lope suspiró, tenía por delante una tarea difícil, pero tenía que cumplirlo si deseaba ser caballero. ¿Un escudero? ¿De dónde iba a sacar él uno?

Beatriz, por su parte, sentía cómo la sangre le subía a la cabeza y, de repente, le bajaba a los pies, para nuevamente volver a empezar. Así durante toda la conversación. Aquel iba a ser su marido, siempre y cuando volviese de las batallas y regalase los caballos a su padre. Sabía que no podía decir nada, pero le hubiese gustado poder quejarse. Ella no quería que las cosas fuesen así, ella quería irse a jugar con sus muñecas e imaginar un mundo en que las mujeres se comprendían entre sí y podían casarse, sin necesidad de hombres que las comprasen y vendiesen como mercancía.

Los caballeros se levantaron, y uno de ellos tocó el brazo del barón.

- Álvaro, ya hemos terminado.

El barón miró hacia sus calzones y se encogió de hombros.

- Me da igual, ya me he cagado encima.

Don Pelayo también se levantó y se apresuró en dar media vuelta para marcharse antes de que Lope pudiese hablar con él, pero cuando indicó con un gesto a su hija que lo siguiese, ésta cayó al suelo mientras intentaba levantarse de la silla.

- ¡Beatriz!

Las doncellas la levantaron antes de que el caballero llegase a tocarla, bajo la atenta mirada de Lope.

- ¿Qué te pasa?- le preguntó, y giró la cabeza a las doncellas- ¿Qué le pasa?

- Mi señora Beatriz está teniendo cosas de mujeres- respondió Julia, una de las mayores-; es normal que se sienta débil.

Mientras tanto Lope pensaba que aquella niña podría, al fin, ser su mujer. Y volvió a imaginar su cuerpo desnudo, blanco y pequeño como lo imaginó el primer día que la vio en Santa María del Madero. De nuevo la excitación de su miembro se agitó entre los calzones, hasta que otro pensamiento acudió a su mente. ¿Y si la niña era enfermiza? ¿Y si también moría, como la anterior?

Sin embargo, este pensamiento no llegó a preocuparle. Si moría como la otra, le habría dado tiempo a casarse con ella, entrar en la Orden, tirársela varias veces y seguir con su viva y su dote heredada mientras ella se iba a dormir con los gusanos. Así él podría casarse por tercera vez. La idea no llegó a desagradarle.


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Como dije, esto sigue a partir de ahora en el blog, todos los lunes (salvo ocasiones especiales) nuevo capítulo. Si éste fuera largo y tuviera que partirlo, como he hecho en otras ocasiones, lo iría añadiendo en una misma semana, llegado el momento lo diré.


Soy consciente de que he ido introduciendo muchos nombres y muchos personajes. Actualmente estoy leyendo "La cúpula" de Stephen King, una libro, según sus propias palabras, "muy ambicioso". Creo que me toca decir lo mismo. Salegia es muy ambicioso, si todo va como quiero que vaya. Voy a hacer lo mismo que King en su libro y voy a poner una lista de los nombres que han salido y quiénes son, tanto principales como secundarios.


Y, como siempre, recuerdo que acepto comentarios, críticas, sugerencias, testamentos y un largo etecé, pues para eso publico aquí, para que opinéis según escribo. JRASIAS DE HANTEBRASO.


- Beatriz Peláez, niña noble burgalesa.

- Elvira Díaz, doncella de Beatriz con conocimientos herbolarios, natural de Sto. Dgo. de Silos.

- Fernán Rodríguez, monje del monasterio de Sto. Dgo. de Silos, gran labor como copista y especialista en lengua árabe.

- Gonzalo, labriego natural de Sta. María del Madero, metido a soldado para buscar a su hermano Jorge, desaparecido.

- Isabel Rodríguez, hermana del monje Fernán. Mujer solitaria con fama de bruja.

- Lope de Lerma, hijo de Sixto el boticario, viudo, aspira a formar parte de los Caballeros de Santiago.

- Diego, César y Carlos, trillizos, hijos de Lope de Lerma regalados al monasterio.

- Pedro de la Peña, conocido como Miguel, abad del monasterio, edad madura.

- Roque López (aún no ha aparecido), marido de Elvira, comerciante.

- Álvaro Fernández, barón Sta. María del Madero, senil, caballero santiaguista.

- Don Pelayo, padre de Beatriz, caballero santiaguista.

- Mateo, monje copista de Sto. Domingo de Silos, enfrentado con Fernán.

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